La cuestión de Medina Sidonia

El problema de la Herencia
El episodio de María de Gúzman

Las monarquías hereditarias tienen su origen en las juntas de señores o defensores, electos en régimen de behetría. Discrepantes a menudo violentos, acordaron elegir de entre ellos superior vitalicio, que limase asperezas, aunando voluntades, al que llamaron “rey”. El señor de behetría surgió de la violencia de la Edad Negra, en la caída del Imperio. Bandas de salteadores campaban por sus respetos, despojando a unos campesinos sin afición a la violencia, ni dotes para defenderse. Acuciados por el imperativo de protegerse y proteger a sus mujeres, buscaron defensor de pago, eligiendo probablemente al cabeza de banda más eficaz del contorno, votando los pueblos, en el miedo, al más sanguinario. A cambio de proteger sus personas y pertenencias, le dieron albergue fortificado, salario y condumio para mantener a su persona, familia y hueste, revistiéndole de autoridad en lo que tocaba a guerra y el orden público. Figura jurídica en el Fuero Viejo, al ser conscientes de que el tal señor podía convertirse en flagelo, se inclinaron por la pluralidad y establecieron las formas del despido. Todo ciudadano era libre de elegir defensor, pudiendo ser varios los que se repartían la protección del mismo pueblo, al designarlo diferentes los barrios. Origen de la figura literaria del caballero andante, corrían los caminos buscando empleo que no entuertos, cantando sus virtudes, en busca de protegido descontento, pues la mecánica del despido llevaba implícito el reemplazo. Apalabrado sustituto, por lo que pudiese suceder, cuando el señor acudía a cobrar sus emolumentos, el protegido, con la puerta debidamente atrancada, asomaba a ventana, de ser posible alta, para negarlos anunciando el cese. Y el nombre del nuevo protector.

Obligación del señor enfrentarse a todos y a todo, en defensa del empleador, al hacerse la monarquía hereditaria, la figura del señor local, investido por los súbditos, sin intervención de la corona, se hizo molesta. Al no poder prohibirla, por estar sometido al Fuero, Enrique II la erradicó, aplicando astucia regia. Eludiendo enfrentamiento en las Cortes, con los representantes de las ciudades, respetó el derecho del súbdito a elegir señor, pero de materia elegible, prohibiendo a los caballeros residir y avecindarse en lugar de behetría. Aquel pasado dejó por secuela el acto de la toma de posesión. El señor, lo fuese por compra, trueque, concesión real o herencia, debía comparecer en persona o a través de apoderado ante cabildo abierto, convocado a campana tañida, para jurar en presencia del Concejo y los vecinos presentes, respeto a los usos y costumbres, privilegios locales y en ocasiones condiciones especiales, exigidas por el pueblo, siendo recurrente el compromiso de no aumentar impuestos ni cargas o introducirlos nuevos, sin preceder licencia expresa del común. Hecho el juramento en la forma debida, era jurado a su vez, prometiendo los presentes, en nombre de los nacidos y por nacer, por boca del alcalde, pagar las rentas sin chistar y abrirle la puerta de las murallas y la fortaleza, si la hubiese, a cualquier hora del día o de la noche.

Objeto de especulación los pueblos, se valoraban en función al número de capitas en presencia, indicio de la renta que generaban. Improductivos de faltar brazos, la pérdida de población los devaluaba, circunstancia que obligaba a los señores a reprimirse, humanizándose para no perder. Libre el castellano de cambiar de residencia cuando quería, los realengos, en manos de caciques y munícipes voraces, por tener la jurisdicción del señor lejano, que no se cuidaba de girar visitas y tomar cuentas, se despoblaron peligrosamente tras la reconquista. Rodeando el Fuero, como haría su sucesor, Alfonso XI favoreció el desarrollo de los montesinos, al prohibir a los pueblos de señorío, fuese civil, abadengo, de orden militar o de la iglesia, recibir como poblador o vecino, a desertor de pueblo del rey.

La facilidad con que los pueblos cambiaban de mano, hizo que no pocos señores dejasen de serlo, sin conocerlos sus vasallos, ni pasar por el acto de posesión, absteniéndose de cobrar las rentas, por ser oneroso montar aparato administrativo, para unos meses o pocos años. El caso de Huelva es significativo. En 1299, Fernando IV tuvo la humorada de regalar la villa a Diego de Haro, señor de Vizcaya. Muerto el prócer en 1310, ordenó en su testamento vender la villa, con Veas y Trigueros, para pagar su entrada en el paraíso, comprando sufragios por su alma. Compró Betanza, hija de la "noble Lazara, infanta de Grecia", hija de supuesta esposa de rey de Jerusalén, cautivo de los moros y depositaria de generoso rescate, ofrecido por Alfonso X. Avalada por ilustres caballeros, entre los que figura Samuel Leví, almojarife de la Reina, ofreció 240.000 maravedís, pagaderos en tres plazos. Cerrada la operación en 1310, al año siguiente el Concejo de Sevilla compró Huelva en 300.000 maravedís cerrando la operación con sustancioso valor añadido. La compra de poblaciones y dehesas de entidad, se formalizaba presentando la escritura ante el Consejo, para que fuese inscrita en los “libros del rey”, siendo ocasión que aprovechaban muchos, para transmutar sin mérito en premio, otorgado por servicios prestados a la corona, superchería a la que se prestaban de buen grado los reyes, porque los favores recibidos, incitan a la sumisión. Así se convertían en donación real, bienes heredados o adquiridos en el mercado, quedando sometidos a la sucesión por orden de primogenitura, sin perjuicio de quedar consignada la libertad con prohibición de hacerlo a extranjero u hombre de Iglesia, sin mediar real licencia previa, pues sólo la vinculación al mayorazgo, los retiraba del circuito comercial.

Hombre de consejo y aficionado a darlos, el Infante D. Juan Manuel se ocupa de la figura del señor: "paresce la bondad del señor en cuales obras face,et cuales leyes pone", advirtiendo al aspirante a poblador: "quien escoge morada en tierra do non es el señor derechudo et fiel et apremiador et físico et sabidor et complimiento de agua, mete a si et a su compañía en gran aventura". Como todo racional pensante, deseaba gobernantes justos, honestos y sabios, que sumasen al sentido de la ética y el derecho, conocimientos de ciencias y humanidades. Escasos los señores que respondieron al ideal, si es que hubo alguno, hasta la extinción de los señoríos formaron en “categorías” claramente diferenciadas, siendo notable la regularidad con que se transmitían las inclinaciones y aficiones del ascendiente, a los descendientes. De “estado” los apegados al terruño, siempre dispuestos a renunciar a cargos, a cambio de permanecer en su casa, al estar obligado a convivir con los vasallos, por razones primarias de seguridad, procuraban respetar la justicia y tenerlos contentos. La nobleza "militar" o de "función" lo intentaba en ocasiones, pero al quedar los pueblos en manos de empleados, la tentación de procurarse sobresueldo, cargándola a espaldas de los administrados, era tan frecuente como la de apretar el señor, exigiendo rigor fiscal para salir de apuros. Dispendiosa la existencia del noble de "corte", pues favor real y ascendiente social se conseguían dilapidando, la presión sobre el vasallo era constante. Sometidos a tesoreros, que les arrancaban la última blanca sin contemplaciones, vivían en pobreza y zozobra constante, que mermaba la capacidad de elucubrar y por extensión la iniciativa. El cuarto núcleo lo formaban lo especuladores. Al comprar para vender, dejaban los vasallos a su albedrío, guardándose de practicar extorsión, que mermase el valor de la mercancía.

Señores de estado los Guzmanes, la reputación de la estirpe permitió a Juan, III conde de Niebla, hacerse con Medina Sidonia, cuidad que ambicionaba, por ser centro comercial, de granadinos y cristianos. Conquista de Fernando III, la dio al Infante D. Enrique. Alfonso X, aspirante al Imperio y necesitado de numerario, se lo procuró rebajando la ley de la plata, contenida en las monedas, provocando alzamiento que encabezó el Infante, con la mirada puesta en el trono. Derrotado por Alfonso, Medina Sidonia revirtió a la corona. En 1289, atendiendo las quejas de los vecinos, el rey concedió a la villa una legua “a la redonda” del caserío, en concepto de propios, cerrándola a los rebaños de ovejas trashumantes, "que entraban a extremo a la frontera", haciendo "grandes daños en los sus panes y en las sus viñas e en sus dehesas, por la muy grand parte dellos que se allegavan". Tenía Medina Sidonia privilegio de labranza y crianza en todo el reino y exención de diezmo y portazgo, cuando Alfonso X la dio a la Orden de Santa María de la Espada, que al parecer fundó. Considerando inadecuado un topónimo, que mezclaba la tradición musulmana con la fenicia de Sidón, le cambió el nombre por “Estrella”, en honor de la virgen. Plebeya la población y apenas cristianizada, otorgó a los caballeros que se estableciesen en Medina, exención de acudir a la guerra, al norte del Guadalquivir. Disuelta la Orden a la muerte del rey, Sancho IV dio Medina Sidonia a los caballeros de Santiago. No debieron apreciar el regalo, pues Fernando IV la entregó a Guzmán el Bueno, en garantía de préstamo por 50.000 maravedís. Recuperada por la corona, Alfonso XI la regaló a su amante, Leonor de Guzmán, que procedió a reforma agraria limitada, bajo el epígrafe de “repartimiento”. Decretado en tiempo en que empezaba a escasear la tierra, el reparto fue precedido de expropiación. El que tenía por herencia o compra, más de lo que podía cultivar, perdió el sobrante. Repartida en 200 “hazas”, se dieron a otros tantos vecinos, que se comprometieron a salir a los “rebatos”, los unos con caballo y lanza propia, los otros a pie, con ballesta en buen estado. El decreto, publicado y ejecutado en 1344, no perdió vigencia a la muerte de Alfonso XI, en 1351, pero sí el señorío de Leonor. Pedro I hizo degollar a la amiga del padre, secuestrando sus bienes para darlos a su propia amante, María de Padilla. No parece que se ganase la voluntad de los vasallos. La acusaron, entre otras cosas, de haber permitido la ruina de unas murallas, que probablemente derribó Witiza. Pero ya se sabe que la memoria de los pueblos es corta. Y proclive a creer en la versión que más le complace.

1397 Duque Enrique. Concesión fuentes

Fallecida la Padilla, muerto Pedro I a manos de su hermano Enrique II, Medina Sidonia revirtió nuevamente a la corona. Se la dio el rey a Enrique de Guzmán, uno de sus hijos naturales, con título de duque adjunto. Nacido de Juana de Sousa y residente en Córdoba, introdujo innovaciones, desagradables a los vasallos: les obligó a pagar herbaje por meter el ganado en dehesas, llamadas de "propios" por ser propiedad del común; prohibió hacer jabón a domicilio, para obligarles a pagar las tasas que gravaban un género, caro y estancado, procediendo a nuevo reparto de tierras, entre los que aceptaron a servir en la milicia. Agobiado el conjunto por impuestos y pechos, fueron tantos los que cambiaron de aires, que a la muerte del Duque, la villa estuvo al borde de quedar despoblada "del todo". Al no dejar herederos, villa y título revirtieron a la Corona. Reducidas las cargas, Medina Sidonia recuperó los vecinos perdidos. Y la condición de centro de intercambio comercial entre andaluces granadinos y cristianos, trajinantes natos, que cruzaban la frontera con entera libertad, sin más cortapisa que la de pagar las mercancías de Granada diezmo y medio, en el portazgo del "puerto de lo morisco". Ubicada en las últimas estribaciones de la sierra, de Medina partía el camino de rueda, que facilitaba el transporte a los centros urbanos y a Sevilla. Señores los Guzmanes de Vejer, puerto natural de los asidonenses, mantuvieron tan buenas relaciones, que en 1411 el Conde de Niebla declaró exentos a los arrieros de Medina, de pagar derecho por el aceite que metían en Vejer, para embarcarlo por el Barbate, aunque fuese comprado, por no haber olivos en el término.

 Juan de Navarra y el Infante D. Enrique, hijos de Fernando de Antequera, rey electo de Aragón, se unieron en 1429, para hacer la guerra a su pariente, Juan II de Castilla. Señores propietarios en el reino, estaban hartos, como otros muchos, de las extorsiones de Álvaro de Luna. Derrotados, hubieron de retirarse, siendo secuestrados sus bienes y repartidos entre los leales (1), correspondiendo la villa de Andujar a Luis de Guzmán, Maestre de Calatrava, que tomó posesión en 1430. Sellada la paz por el matrimonio del futuro Enrique con Blanca de Navarra, exigió restitución. No queriendo ofuscar al Maestre, despojándole sin recompensa, el rey segregó Medina Sidonia de la corona, trocándola por Andujar, para devolverla al Enrique aragonés. Aceptó Luis, traspasando Medina a su hijo, Juan de Guzmán, apoderando el 9 de enero de 1440, a Gil de Burgos, alcalde mayor de su padre, para reemplazarle en el acto rutinario de la toma de posesión. Enterado el Juan de Guzmán, Conde de Niebla, de que la corona liberaba término lindero con Vejer, dotado de villa comercial, determinó apropiárselo, probando habilidad de nuestro tiempo, en el arte del “conductismo de masas”. Elaborada cuidada campaña de difamación, presentó a su homónimo como hombre cruel y codicioso, que haría bueno al Enrique de infausta memoria. Alarmados por el rumor, los asidonenses perfilaron táctica y elaboraron argumentos, a la espera de Gil de Burgos. Apareció acompañado de escribano. Recibido amablemente y introducido en la iglesia de Santiago, donde la aguardaba el Cabildo, por ser sede habitual de las reuniones del ayuntamiento, ediles, alcalde y vecinos presentes, escucharon atentos la lectura de poderes y escrituras. Terminado el discurso habitual, prometiendo toda suerte de venturas al vecindario, los presuntos vasallos se salieron del guión. Sin perder la compostura, el alcalde objetó no ser costumbre, entre andaluces recibir por señor a forastero. Si Juan de Guzmán quería ser señor de Medina, tendría que empezar por solicitar la vecindad, pasando por los trámites habituales para obtenerla, lo que no sería posible de tropezar con la oposición de vecino, en cabildo abierto, haciendo hincapié en que el rey otorgó el señorío, por estar mal informado de los usos locales. Y anunciaron que mandaban a la corte comisión de procuradores, apadrinados por delegados de Jerez, que pondría a Juan II al día, en lo referente a usos y costumbres, en aquel rincón del reino.

Suponiendo a los montañeses anclados en normas periclitadas, reliquia de pasado de libertades muertas, Gil de Burgos obsequió a los presentes con curso de derecho actualizado. Previsto el discurso, los ediles se aferraron al catecismo del Fuero Viejo y de los buenos usos. Disimulando el apoderado la ira, trató de hacer comprender a los lugareños que el rey, revestido de poderes absolutos, podía cambiar las leyes cuándo y cómo le daba la gana, sin otorgar al vasallo derecho a réplica, ni a manifestar opinión en contrario. Inflexible el alcalde, Burgos hizo llamar al alcaide, que ejercía de alcalde mayor o juez, suponiendo que siendo de nombramiento regio, daría la razón a la parte del rey, aunque sólo fuese por asegurarse el futuro. Apenas apareció Juan Landa, le alzó el juramento de guardar la fortaleza por Juan II, para que pudiese jurar por el hijo del maestre, pero el alcaide se ratificó en la opinión del cabildo. En tanto no obtuviese carta de vecindad, el Juan de Guzmán castellano no sería recibido como señor de Medina. Visto que nada conseguía por las buenas, Gil de Burgos pasó a las malas, lanzando amenazas, que los aldeanos escucharon imperturbables, persistiendo en la negativa, al término de la diatriba. Desarmado por la tozudez de los rústicos, el alcalde mayor optó por retirarse. Informado su señor, lo sucedido fue transmitido al rey, por corresponderle solucionar el problema.

Comprometida la situación de Juan II, pues tenía a los grandes ofuscados y alzados, a causa de su afición a Álvaro de Luna, acudió a la convicción, eludiendo el uso de la fuerza por arriesgada. En carta del 2 de abril de 1440 se declaró "mucho maravillado", por no decir soberanamente cabreado, contra unos vasallos del común, que se atrevían a contradecir su voluntad. Poniendo por delante natural “bondadoso”, que nadie le había descubierto, se dijo inclinado al perdón, pese al desliz, advirtiendo a los de Medina que habían incurrido en "mal caso", castigado con despojo de bienes y "cuerpos", por lo que les instaba a recibir a Juan de Guzmán por señor, sin objeciones ni retrasos, al segundo requerimiento. Gil de Burgos y escribano regresaron a Medina Sidonia, armados de la carta y amparados por el portero de cámara García Aguilera, portando vara de justicia. Conocida de antiguo la utilidad de los escuchas, los asidonenses los apostaron pos los caminos, siendo avisados de la llegada del trío con la antelación debida, para preparar el recibimiento. Reunidos vecinos y cabildo a la entrada del pueblo, pertrechado de herramientas a guisa de armas, cerraron el paso a la autoridad. Considerando que el acto podía ser celebrado en el campo, por contar con concurrencia más numerosa, que la habitual en cabildo abierto, portero y escribano acordaron darlo por iniciado. Leída la real carta ante el nutrido auditorio, podían dar por cumplimentado el trámite, pues de no obedecer la real orden, quedaría sobradamente justificada la violencia oficial. Apoyada la escribanía de viaje en el borrel de la montura, el escribano, pluma en ristre, se dispuso a extender el acta, aguardando las palabras de Burgos. Revestido de autoridad y atributos, el apoderado desplegó el pequeño pergamino, ahuecando la voz para lanzar el "nos el rey" inicial. Lo presentes no pudieron oír nada más. Las campanas de Santiago, lanzadas al vuelo, ahogaron la voz y los bramidos de Aguilera, que agitando la vara, exigía interrumpir el repique. El escribano, consciente de su deber, garrapateaba febrilmente, pero su acta fue muy diferente a la prevista.

No encendió los ánimos la profesionalidad del burócrata. Pero sí la ira del portero y de Burgos. Gesto inadecuado dio al traste con la flema de los asidonenses. Inopinadamente arremetieron contra la autoridad, a "contonazos y varapalos". Aguilera perdió vara y atributos, Burgos las "tinjaveras", en que guardaba los documentos y el escribano la herramienta. Desmontados, zarandeados y vapuleados, el trío puso pies en polvorosa, apenas atisbó escapatoria, abandonando sobre el terreno mulas y enseres. Conseguidos cuadrúpedos en el llano, buscaron a la corte, encontrándola en Bonilla. Informado el rey, Gil de Burgos advirtió que dimitiría de todos sus cargos, si le mandaban otra vez a Medina sin hueste, que materializase sus amenazas. Separado de Álvaro de Luna, reducido por sus grandes a situación de semi libertad, Juan II no estaban para belenes. Eludiendo réplica armada, volvió a “maravillarse” en carta de 20 de abril, calificando el lance de "cosa de mal exemplo e de muy grand osadía", amenazando a los vecinos con terribles castigos, para terminar con un quiebro: si aceptaban a Juan de Guzmán por señor, el pasado quedaría enterrado. Malo consentir que señor por real voluntad, fuese rechazado, era aún peor poner en callejón sin salida a pueblo próximo a Granada, ya que no sería la primera población que se pasaba al moro, con término incluido. Queriendo evitar nuevo desacato, llevó la carta modesto correo, con orden de entregarla sin solemnidad. Ni molestarse en leerla. La situación de Juan II empeoraba. Al no consumar el matrimonio su hijo Enrique. Acusar al diablo de haber causado impotencia mutua, no mitigó la ofensa del repudio de Blanca de Navarra. Incidente de alcoba, que no hubiese pasado de anécdota, de no andar de por medio testas coronadas. Pero al ser cosa de reyes, provocó nueva guerra, volviendo a entrar en Castilla el rey de Navarra y el Infante de Aragón, creando situación que no permitía distraer huestes, para meter en cintura a los vecinos de un pueblo.

Los grandes que controlaban al rey, sin molestar en privarle de la corona, aconsejaron disimulo. Informados los de Medina de la situación general, por el otro Juan de Guzmán, aguardaron serenos el desenlace del embrollo, sabiendo que Juan II no podría castigar la rebeldía. Al no contestar la villa a su carta, el rey volvió a escribirles el 20 de junio, en tono decididamente agrio. Al persistir los asidonenses en su actitud, con "grand agravio e daño” de la real autoridad, había decidido cortar por lo sano, ordenando a Juan, Conde de Niebla, señor "fiable y poderoso", que levantando hueste sin "sin tardanza y donde quiera que este", fuese sobre Medina, castigando sin miramientos a los que "han seydo e son o fueren rebeldes", pudiendo estar seguro el que no diese vasallaje al Juan de Guzmán, hijo del Maestre de Calatrava, que perdería la cabeza sin remedio, degollado o colgado del quicio de su puerta, habiendo recibido sendas reales cartas el Conde de Arcos, el Adelantado Mayor de la Frontera, los concejos de Sevilla, Jerez y otras ciudades y villas realengas y Alonso de Guzmán, con orden de colaborar en la empresa con el Conde de Niebla. O ir contra él, si remoloneaba.

En tratos con los asidonenses, el Juan de Guzmán de la casa de Niebla, ganó tiempo. Procurando salida a Juan II, le advirtió de la impopularidad que acarreaba machacar a pueblo propio, aconsejándole dar a los de Medina los 40 días de reflexión que pidieron, sin decir que introdujeron la demanda de plazo, siguiendo su consejo. Ajustados los vasos comunicantes, el mensajero portador de la carta de Medina Sidonia, coincidió en la puerta del rey con misiva del Conde, en la que justificaba su inacción sin cortarse. Dada la situación en Castilla, presionar a los asidonenses, podría acarrear graves consecuencias, siendo aconsejable en tiempos apurados, ahorrar las "costas e daños e robos e muertes de omes, que sobre esta razón se podrán recrecer", prometiendo que si el rey le daba tiempo, solventaría el embrollo, sin sangre ni destrozos.

Los 40 días se cumplieron, con otros tantos y muchos más, mareando los de Medina y el Conde la perdiz, a la espera de que el hijo del Maestre reflexionase, aceptando la proposición de cambiar Medina, por lugares con renta similar. Tardó pero comprendió que imponerse como señor por la fuerza, garantizaba dolores de cabeza. Malhumorados los vasallos, tendría que mandar soldados para cobrarrentas escuetas, pues víctimas del desánimo, los que no marchasen a otra parte, dejarían de trabajar. El producto de la villa no cubriría el costo de mantener el orden, depreciándose tanto en poco tiempo, que no encontraría compradores. Empezaba a entenderlo el jínense a 2 de septiembre, cuando volvió a escribir el rey. En intento vano de hacer pasar debilidad por firmeza, Juan II reprochó a los asidonenses el "grand menosprecio de las dichas mis cartas", ofreciéndoles una última oportunidad de obedecer, antes de que el Conde de Niebla asolase la villa, con "las gentes de armas e de a pie que menester fuera", desastre que estaban a tiempo de evitar, si recibían al otro Juan. Enterados de que el trato entre los dos Juanes prosperaba, el pueblo dio la carta por no recibida.

20.10.1440 El Rey a Medina

Valorada la renta de Medina Sidonia en 230.000 maravedís de a dos blancas, el Conde de Niebla ofreció a cambio La Algaba, el Alaraz y el Vado de las Estacas, dehesa en la rivera del Guadalquivir, con casas, aceñas y pesquerías; las Aceñas del Rey y de la Reina, en el Guadalete jerezano y heredades secundarias, prometiendo que de no igualar la suma de rentas a la de Medina, arrimaría los bienes que hiciesen falta para cubrirla. Buscando razones que justificasen rechazo de donación real, sin incurrir en desacato, el Juan de Guzmán hijo del maestre, recuperó los argumentos del tocayo, alegando que gobernar contra la voluntad de los vasallos, exigía "grandes e innumerables gastos". Difícil vencer el "odio" que los de Medina "le han", a 5 de octubre de 1440, en Porcuna, apoderó a Fr. Pedro de Jaén, camarero mayor de su padre y al fracasado Gil López de Burgos, para firmar en Sevilla y en su nombre el trueque de Medina Sidonia. El acto se celebró en las casas de la Collación de San Vicente. Presente el Conde de Niebla, firmó personalmente, haciéndolo el otro Juan, a través de apoderados. Al no saberlo, Juan II se dirigió a los asidonenses el 20 de octubre: "no embargante" las razones que pudiesen tener para negarse, darían la posesión al Guzmán rechazado, "ca esta es mi intención final e deliberada voluntad". Gratuito e inútil contradecir al monarca, el de Niebla aconsejó a los vecinos ceder. Apoderado por su homónimo, en documento en el que anunciaba a los vecinos, que el Conde iría sobre la villa muy "poderosamente, a su costa y expensas", exigiendo vasallaje por las malas. Cabildo y vecinos, al corriente del guión, obedecieron al rey en iglesia de Santiago, recibiendo al Juan de Guzmán jínense, a través de la persona del Conde de Niebla. Terminada la ceremonia, "ese mismo día", el Conde renunció al señorío, en nombre de su homónimo y en su persona. En 12 horas Medina Sidonia batió un récord, al dejar de ser realengo, pasando por dos señores sucesivos. Con el señorío, los Guzmanes adquirieron dos vecindades y privilegio de labranza y crianza, en todo el reino.

Inaudito el episodio pero debidamente documentado, la incuria de los abogados de otro Guzmán, hizo que pasado un siglo, la historia fuese tergiversada. En pleito Medina Sidonia contra su señor, los letrados del común, tras presentar a los tres primeros duques como personajes poderosos, que "hacían lo que querían y salían con ello, sin poderlo resistir", omitieron al Juan de Guzmán, hijo del maestre, pero no las órdenes de Juan II, que dieron por hechas, culpando al entonces Conde de Niebla de haber conseguido la villa por la violencia, iniciando la operación con acción de cuatrero o semidiós, pues bien pudieron inspirarse en la mitología: para debilitar a los asidonenses, Juan, elevado a rango de Duque sin serlo, robó las vacas y bueyes de labor. En lugar de meterlos en el término de Vejer, próximo y bajo su control, por acomodarse mejor a la leyenda, le hacen recorrer el largo camino hasta Niebla, con el botín y sin tropiezo. Sumida la población en la penuria, aguardó a la espera de que escuálida, no pudiese defenderse. Entrando a sangre y fuego, al no querer los alcaldes darle posesión, los hizo colgar del quicio de sus puertas. Azotando al hijo de un edil, hasta obligarle a ceder, le obligó a entregar la villa, sin tener autoridad para hacerlo. Acusado el Guzmán de haber robado la “armería” del rey, que de existir le correspondía como señor, lo fue de apropiarse de unas dehesas, que igualmente le tocaban, por ser de “castillería” (2). Cerró la jornada con el gesto absurdo de romper sello de privilegio de Pedro I, en que prometía no enajenar la villa de la corona, que arrepentido recompuso con alambre. Evidente que de haber querido borrar el contenido, hubiese destruido el documento, no el sello. Que habiendo llegado las cartas de 1440 hasta nosotros, los letrados se abstuviesen de utilizarlas, es simplemente absurdo.

 

El problema de la herencia

La cuestión de Medina Sidonia
El episodio de María de Gúzman

En el documento de cesión de La Algaba y anejos, el Conde de Niebla enumeró los parientes y los derechos habientes a los bienes, que fueron del anterior Conde de Niebla (3), omitiendo hijos propios, legítimos o ilegítimos. Es probable que no los hubiese. Pero el hecho de que Enrique de Guzmán formase parte del cortejo, organizado y financiado por el padre para ir a Extremadura, en busca de Juana de Portugal, segunda mujer de Enrique IV, indica que tenía hijo en el mundo. Sabiendo que no podría dotarse de descendientes legítimos, sin pasar por divorcio, pues conllevaba pérdida de Huelva, lo único seguro es que en vida de Juan II, Isabel de Fonseca y sus vástagos, fueron ignorados en Castilla. Atípico que un Conde con los treinta cumplidos no hubiese engendrado, debió ponerse en entredicho su virilidad, abundando en el supuesto una Condesa de Niebla "muy enamoradiza y disoluta", que le adornaba con asiduidad, sin recibir castigo ni reprimenda, pese a ser tan público el descaro, que asomó al Provincial:

¿A cómo vale Molina,

el cuerno que te destroza?:

<A fray Duque de Medina

y a fray Juan de Mendoza>

Mal habláis, fraile cucarro,

muy alto, mas no sin brío;

hablemos de lo del barro,

dejemos lo señorío.

 Aficionada al amor práctico, María de la Cerda no parece haber sido sentimental. Sus amantes lo eran de una o pocas noches, indicando la ausencia de embarazo esterilidad, que favoreció la permisividad del marido, seguro de que los devaneos de María, no le harían cargar con hijo ajeno. No sabemos en qué momento inició Juan su relación con Isabel de Fonseca, ni si la conoció antes o después de su matrimonio. Probable lo primero, la relación y el nacimiento de los hijos, le inclinó a mirar con buenos ojos los devaneos de la esposa, pues facilitaban separación rápida, barata y aséptica, que le permitiría conservar Huelva, agregándola a su mayorazgo, sin pasar por los onerosos y peligrosos tribunales de Roma, a más de ahorrarle el trance de lavar la afrenta con sangre, desagradable para un hombre, que no manifestó inclinación a la violencia. Atavismo español y judeocristiano ubicar la dignidad entre las piernas, quizá porque los pueblos que ignoran la ética, se aferran a la moral, la reputación de un Guzmán, que portaba el deshonor con elegante indiferencia, absteniéndose de cumplir el deber de recuperarlo, estuvo de toda evidencia por los suelos, haciéndose sospechoso de costumbre extendida, que la Inquisición convertiría en “pecado nefando”, castigado a indicación del rey. Recordada la falta de seso, que le afectó en la infancia, pues era sorprendente que un cabeza de estirpe, sin hijos “de bendición”, renunciase a procurárselos, acogiéndose a defecto de la esposa, que anulaba el matrimonio por si mismo, por estorbar el fin de engendrar hijos, siendo creencia generalizada que la Casa de Guzmán pasaría a los de Enrique Enríquez, esposo de María de Guzmán (4), por pura incapacidad del hermano. Impenetrable a la crítica, Jhon fomentaba la opinión, por favorecer su proyecto de futuro. A 6 de enero de 1441, cerrado el truque de Medina Sidonia, trasladó los 5.000 maravedís, “situados” en la renta de la almona del jabón de la Algaba, que percibían los frailes del Monasterio de San Isidoro del Campo cada año, a las rentas de Bollullos. Destinada a preces por las almas de los Guzmanes difuntos, aprovechó para introducir coletilla, para probar su ceguera: habrían de rezar igualmente, "por la vida e la salud mía e de la Condesa mi mujer", recomendación que escandalizó al entorno, considerando que lo razonable hubiese sido desear fallecimiento inmediato de la esposa.

1494 El 3º Duque hereda a su abuela Isabel de Fonseca

Hazmerreír titular de Sevilla, Jhon asumió el papel con indiferencia, que estaba lejos de ser gratuita. De la Isabel de Fonseca, madre del segundo Duque de Medina Sidonia, sabemos que parió al hijo mayor en torno a 1434, no tardando en seguirle Alonso; que orlaban sus armas plumas de avestruz, adoptadas porJhon, a más de suprimir de castillos y leones, signo de parentesco con los Tratamara, para poner cuatro leones rampantes formando cruz. La Fonseca apareció en Sevilla en 1454, año de la muerte de Juan II y de la boda de Teresa de Guzmán, hija del Duque, en la que ofició el Obispo de Rubico, venido de Canarias. Cierto es que en la Castilla del XV, no faltaban Fonsecas. En 1478 un Martín de Fonseca, mercader y navegante, participó en la conquista de Canarias, siendo conocidos los dos Fonseca, tío y sobrino, arzobispos de Sevilla y Santiago. Inició el primero su carrera como capellán mayor de Juan II. Promocionado a la mitra de Ávila, sirvió el cargo en ausencia, pues residía en la corte. "Largo de razón", fue sospechoso de practicar artes adivinatorias, astrología y alquimia, por tener oro en abundancia. Intrigante, ambicioso y al parecer judaizante (5), se reveló virtuoso en el arte de observar, aplicando al entorno sus conclusiones. Prodigio de habilidad, disfrutó de la confianza del rey y del príncipe, estando enfrentados padre e hijo, logrando reconciliación en aras de la paz. Protegido de Álvaro de Luna fue su amigo, hasta que el rey le ordenó traicionarle, tendiendo trampa sin cargo de conciencia, en la que cayó el valido. Preso en "ferros" el de Luna gracias a su intervención, no tuvo empacho en visitarle por real orden, para sonsacarle el escondrijo de su tesoro. El valido caído, hijo ilegítimo de padre conocido y madre desconocida y plebeya, no motejó al eclesiástico de traidor. Reservado el epíteto al hidalgo, le trató de "Don Obispillo", con desprecio que se dedicaba al inferior, por credo de origen. Otro Fonseca llamado Juan, fue obispo de Badajoz. Tuvo a su cargo las costas de Andalucía y los mares de Castilla, corriendo con la operación "descubrimiento", protagonizada por Colón. ¿Fue Isabel hija o pariente de prelado? ¿O todos los Fonsecas estuvieron relacionados con topónimos ultramarinos, como la Bahía y la Isla de Fonseca?

Cumpliendo su contrato con el VI duque de Medina Sidonia, editor a la moderna, pues dictó al autor los que debía escribir, en los márgenes de lo "políticamente correcto", Barrantes Maldonado creó una Isabel de Meneses, que reemplazase a la Fonseca, dotándola de pasado. La presenta como portuguesa, hidalga, pobre, alojándola en casa modesta de Triana en compañía de la madre, por ser huérfana de padre. Doncella honesta fue presa fácil de galán talludo, enamorado y sobre todo adinerado. Rendida a Juan de Guzmán, siguió relación fogosa en marco inadecuado para un Conde, al que el cronista hace duque antes de hora, reprochándole el hábito de desertar del lecho y domicilio conyugal, una noche sí y la otra también. Haciendo de María de la Cerda virtuosa y casta dueña, según convenía a la sociedad hipócritamente pacata del siglo XVI, mediatizada por los inquisidores, la supone enclaustrada en su palacio, del que salía para visitar la casa de Dios, según convenía a fémina de alcurnia, padeciendo en silencio la infidelidad de un esposo, que con indiscreción egoísta de enamorado, olvidaba las formas. Queriendo igualarse a los parientes de la amada, se exhibía por las calles de Sevilla a lomos de un asno, saludando a diestro y siniestro por ser hombre afable, sin reparar en el escándalo que provocaba, entre los que no concebían que un grande se apease del caballo. Afectado por mal hereditario, que insensibiliza al distingo clasista, Juan se manifestó incapaz de detectar al personaje, acreedor a trato distinguido, del ciudadano del común, razón por la cual trataba a todos con idéntico respeto, dejándose tratar de todos por igual. Enterada María de éstas y otras costumbres del esposo, cuando llegó a sus oídos la aventura trianera, no se sorprendió. Pero hizo salida excepcional. En litera, acompañada de una sola dama, expresó el deseo de orar en templo trianero. Al llegar a la "guarda de Sevilla" mandó desviarse a los porteadores, viniendo a dar en casa de las Meneses. La presencia de María de la Cerda aterrorizó a la madre encubridora y a la hija pecadora. La dama se comportó según correspondía a su clase. No se manifestó despechada ni agresiva, como mujer humillada y celosa. Solicitó cortésmente que le permitiesen visitar el chamizo. Visitado el cuarto, anotadas las carencias, mandó a camarero que la seguía regresar al palacio de San Vicente, con orden de traerle paños de tapicería y cama de brocado, para adornar la estancia donde retozaba el marido, según correspondía a su alcurnia. Dice Barrantes que conmovido el pecador, regresó al nido y lecho conyugal, suponiendo que no lo hubiese vuelto a abandonar, de no sumar la concubina a sus encantos un hijo recién nacido, según el cronista en 1442, pero por la edad que tenía en 1459, sabemos que estaba en el mundo en 1434.

Las relaciones extra matrimoniales eran tan comunes en siglo XVI, como en el anterior, pero la Inquisición había ahogado el desenfado amatorio, con otras libertades que no han cesado de regresar, por ser raros y breves los momentos de la historia, en que el poderosos renuncia a extorsionar y reprimir al inferior. En el Fuero Viejo de Castilla, con independencia de lo que dijese la Iglesia, los derechos de "compañas" y “barraganas”, libres y esclavas, de los hijos ilegítimos, nacidos de mujer honesta, prostituta o esclava, aparecen especificados, siendo raro el varón que se abstenía de engendrar hijo natural, fuese grande o chico, no faltando doncellas nobles madres solteras, que lo fueron sin vergüenza ni vituperio. Imponía la ley la obligación de reconocer al hijo nacido fuera del matrimonio, con la adjunta de mantenerlo, no siendo los grandes la excepción. Únicamente la iglesia vedaba el acceso a la jerarquía al bastardo, pero con la boca chica, pues ponía a su alcance las debidas licencias para alcanzarla. En su tiempo, las relaciones de Jhon con Isabel de Fonseca, no tuvieron nada de excepcional ni vergonzoso, siendo natural y admitido que mujer casada engendrase progenie nutrida, conviviendo públicamente, sin tomarse la molestia de disolver vínculo anterior, contraído en "faz de la iglesia".

Isabel de Fonseca no residía en Triana, si no en tierras lejanas. A juzgar por frecuentes y prolongadas ausencias, el Guzmán debió visitarla en su juventud. Después entretuvo la soledad engendrando tres hijos. Dudosa la paternidad de Teresa, nacida de la toledana Elvira de Guzmán, si tenemos en cuenta las circunstancias que rodearon su nacimiento y su futuro, bien pudo ser hija de Juan II, tomada prestada por Juan de Guzmán, por complacer al rey. Del Duque de Medina nacieron, sin duda, los dos varones de Urraca de Guzmán. En cuanto a las diferentes madres, que atribuye el cronista a los Guzmanes, nacidos después de 1454, quizá naciesen de la Fonseca, pues no se separó de Juan hasta su muerte. Fallecida María de la Cerda en 1466, muerte que retrasa Barrantes hasta 1468, no hay indicio de que Juan e Isabel hiciesen intención de casar, en "faz de la Iglesia". Esto no impide que el cronista case al Guzmán con la evanescente Isabel Meneses, hecho del que certifica acta notarial en pergamino. Hubiese pasado el falso por verdadero, de no haber sido registrado en el Inventario Viejo del archivo, donde no corresponde. Fechado en 1468, aparece tras escritura de 1542. Sigue instrumento de 1500, igualmente sospechoso, pues cierra el paréntesis en el tiempo una escritura de 1552. En las probanzas del pleito que interpuso Sevilla contra el Duque, sobre la propiedad del Coto de Doñana, aparece Isabel “de la Fuente Seca”. Retirada en Rociana tras la muerte de Juan, el vulgo la título Duquesa de la Rocinas. Conocida por vender la leña del término de la aldea, en su provecho y meter sus vacas en la Vera, baldío adjudicado a la aldea de Almonte, "nadie osaba echar" su ganado, "por ser la madre del Duque", permisividad que no disfrutaba su mayordomo, Alfonso Fernández de Huelva. Sorprendido su porquero vareando bellota, le “prendaron” los almonteños, requisándole calderas y mantas, para cobrarse los aprovechamientos consumidos. Muerto Juan en 1468, en 1491 su hijo y heredero Enrique, segundo duque de Medina, recabó de Inocencio VIII legitimación de su persona, consiguiendo extraño reconocimiento de la unión paterna con Isabel de Fonseca, que adquirió perfiles de matrimonio post mortem. Consignadas en el Inventario Viejo del archivo, las signaturas de los cuatro documentos romanos, aparecen barradas. Supuestamente “extraviadas”, sin duda por consejo de Barrantes Maldonado, están fechadas en 1491. La Fonseca compró las tierras de la Duquesa, en término de Lucena y cuatro “pedazos” de pan llevar, en Villarrasa, con 153 fanegas. Firmó la escritura su criado Alonso de Fonseca, hijo de Rodrigo de Marchena, el 4 de agosto de 1494. La Fonseca aparece como "magnifica Duquesa Dña. Isabel". Fallecida a finales de año, dejó al nieto 801 cabezas de bovino (6), de las que 445 era vacas parideras y 8 toros, con apéndice de 3 yeguas, con potro y potranca, que servían al conocedor, Juan de Santa María.

 

El episodio de María de Guzmán

La cuestión de Medina Sidonia
El problema de la Herencia

Cerrada la cuestión de Medina Sidonia, nacido el primogénito de la Fonseca y probablemente el segundo de sus hijos, Jhon consideró llegado el momento de crear las condiciones, que pusiesen a heredero de su sangre, en situación de heredarle. Dirigiéndose a su hermana manifestó el deseo de paz familiar, pidiéndole renunciar a sus pleitos. A cambio le ofreció su mitad indivisa en Garrovillas y anejos (7), con promesa tentadora por apéndice. Reputados de cuantiosos los bienes libres de Juan, manifestó la intención de reunirlos en un segundo mayorazgo, a transmitir con el primero, que "non placiendo a Dios que el Conde avra fijos de bendicíon, de legítimo matrimonio nascidos, ni otros descendientes de la rama del dicho Conde", pues de otorgárselos el Altísimo por gracia especialísima, serían llamados a heredar en primer lugar, ambos mayorazgos pararían en su hermana, o en hijo nacido de su sangre, heredando el segundo de no lograrse el primero, hasta dar en la hembra. Como prueba de buena voluntad, sumó regalo de los 45.000 maravedís que le correspondían, tenencias que percibía Juan, a título de capitán en la frontera de Écija, con destino a los gastos personales de María, y los 136.000 "asentados" en los libros del reino, a favor de la casa de Niebla, para pagar las 60 lanzas que el titular estaba obligado a mantener, en servicio del rey. Inexistentes en tiempo de paz, el cuñado Enrique Enríquez, podría destinarlos a caprichos.

1442 Pleito María
Cesión Garovillas
y otros regalos
Derechos del Conde

María aceptó sin dudarlo. Convencida de que Jhon no podría engendrar, no tuvo empacho en aceptar que cualquier nacido de la “rama del dicho Conde”, precediese en la herencia, allanando el camino hacia la legitimación de unos sobrinos nacidos y criados, cuya existencia ignoraba. Conveniente cuidar la redacción de la escritura, el Conde se personó en Garrovillas, representando sentida reconciliación. Con las debidas licencias del esposo, María admitió que cuanto tuvo el Conde difunto pertenecía al hermano, heredero universal incontestable, por mediar su renuncia, a cambio de la dote. Retiró sus pleitos y demandas, renunciado a la posibilidad de reanudarlos, manifestando su agradecimiento a Jhon, por la creación del vínculo y regalos adjuntos. Satisfecha porque tras el hipotético descendiente nonato, aparecía su hijo Fadrique Enríquez, seguido de su hermano Alonso, a título de reemplazo, terminaron de convencerla las precauciones que tomó el Conde, en preservar la continuidad de su memoria. No queriendo que los mayorazgos de Guzmán, recayesen en el mismo primogénito que los del padre, Conde de Alba de Liste, impuso que el heredero de las pertenencias y dignidades de la Casa de Guzmán, llevase el apellido y armas familiares, sin mezcla alguna, como “las trae” el fundador. De ser la condición incompatible con la sucesión de la Casa de Enríquez, el heredero habría de elegir, recayendo la Casa rechazada en el siguiente hermano, siguiendo el orden regular de primogenitura. Firmada la escritura por las partes el 4 de abril de 1442, quedando expresada con claridad la renuncia de María a futuras reclamaciones, sobre los bienes que dejó el padre, declarando moverla el deseo de terminar con "los muchos escándalos e inconvenientes", que dimanaban de los pleitos familiares, Juan se consideró plenamente satisfecho.

Presentado el acuerdo ante el Consejo, Juan II, que ignoraba igualmente la existencia de los hijos del Conde, lo ratificó a 27 de mayo de la cruz a la fecha, sin sospechar que Juan de Guzmán preparaba las condiciones adecuadas, para que la primera casa de Castilla, cuyos titulares adolecían de limpieza de sangre dudosa, recayese en bastardo, portador por parte de la madre, de genes no cristianos e indefinibles. Pasó sobre el acuerdo de Garrovillas como sobre ascuas. Ocultando que hubo pleitos entre hermanos, pendencia mal vista y de peor ejemplo, calló el resto, achacando el regalo de la mitad de los pueblos, al cariño que Jhon profesaba a la hermana.


1.* Al término de las guerras, el vencedor embargaba los bienes de los caballeros que siguieron al contrario, para repartirlos a sus seguidores. Regalo en precario, ya que si el disidente regresaba al redil o se firmaba la paz, el agraciado solía perder lo que recibió, siendo devuelto a su propietario.

2.* Precarias las tenencias, abandonada la defensa, el problema se solventó adjudicando a las fortalezas tierras, que rentasen lo suficiente para reparar la fortaleza, proveerse de armas, pagar a los soldados y los emolumentos del alcaide. Al cambiarse el realengo en señorío, estas propiedades se sumaban a las propiedades del señor, que corría con los gastos. Alejados los moros, era frecuente que los alcaides aumentasen los ingresos, reemplazando al soldado por perros “alanos”, producto español, conseguido cruzando dogo con mastín.

 3.* Cita, en primer lugar a Pedro de Estúñiga, hijo de Juan de Estúñiga, marido frustrado de su tía, Leonor de Guzmán. Siguen los hermanos del padre, Alonso de Guzmán y Juan el Póstumo, apareciendo en último lugar María, la hermana que le disputaba los bienes paternos

 4.* Laxa la moral, entonces como ahora hubo homosexuales de ambos sexos, algunos tan notorios como el propio rey, no faltando esposas de “ricos homes” encopetadas y ligeras de cascos. Liberal la corte en cuestión de sexo, no lo era menos el pueblo. La mujer de Cristóbal Hernández, vecino de Los Castillejos, se acostaba con clérigo, sabiéndolo el marido. Salió mal el negocio, pues nacido hijo del cura, del que pensaba vivir el matrimonio, les tocó pechar con la crianza. Un Esteban Pérez autorizó a una de sus hijas la profesión de mesonera, acogiendo a domicilio al amante de la otra hija, a título de sobrino. Del elenco entresacado, sólo paró ante los jueces Catalina Mateos, "alcahueta" reputada, porque "echó" a su hija a la fuerza, en la cama de un fraile.

5.* Según Caro Baroja, los Fonsecas fueron judaizantes contumaces, que hicieron trabajar al Santo Oficio, a lo largo de toda su historia.

6.* Enrique de Guzmán, segundo duque, murió según Enríquez del Castillo, en la noche del 19 de agosto de 1492. Habiéndose acostado sano, amaneció cadáver el 20. Documento conservado en el archivo de Simancas, prueba que fue dado por muerto antes de julio.

7.* Haciendo pasar por idílicas las relaciones fraternas, Barrantes extrapola la donación a los últimos días del Guzmán. Relata que habiendo acudido María a visitar a Jhon, en sus casas de Sevilla, al saberla "aficionada" a los lugares extremeños, el Duque le regaló su parte, presintiendo muerte próxima.